María traza -con una línea finísima-
siluetas o formas geométricas que se desdoblan en un juego que entablan con las
demás figuras que, en apariencia, no tendrían algo que ver una con otra, aun
cuando es evidente una invitación para observarlas más detenidamente. Los
dibujos que se explayan delicadamente conviven en un espacio etéreo compuesto
por papel vegetal sobrepuesto, como membranas o pieles semi-traslúcidas, y
donde confabulan en sintonía formas orgánicas con artefactos deconstruidos,
trazos formales con fragmentos de células, formas ambiguas u ortogonales que
simulan flotar por un espacio blanco que las contiene.
La obra de María refuerza la certeza de
que la imagen, como ícono indiscutible en el ambiente circundante, tiene la
posibilidad de transfigurarse, a partir de un punto o una línea, en segmentos
que aparentan ser un fragmento, cuando en realidad, se despliegan en su totalidad
y exhiben unas posibles entrañas no visibles ni táctiles, aunque presentes
conceptualmente.
Tanto la técnica como el formato
permiten que prevalezca la forma desmenuzada e impresa con tinta sobre el
papel. La textura del papel se realza, al mismo tiempo que la forma se proyecta
sobre el fondo aparentemente sin fin. La luminosidad del cuadro hace que las formas
delineadas semejen flotar en un ambiente ambiguo, aunque definido por los sutiles
márgenes blancos que encuadran los relatos, sin oprimirlos.
Luz Sepúlveda